¿Por qué los niños quieren llamar la atención?

Es un reclamo para que les demos seguridad y confianza en sus logros y sus avances.

«Es puro capricho», «déjalo llorar, ya se le va a pasar»… De seguro hemos escuchado o usado estas frases en numerosas ocasiones para explicar situaciones en las que los niños quieren llamar la atención. Quizás en nuestra crianza o en las de los que nos rodean.

Sin embargo, diferentes disciplinas están enfocadas en transformar la forma en la que entendemos a los pequeños. Se busca pasar de los sesgos adultocéntricos hacia una crianza respetuosa o una disciplina positiva para dejar de pensar la infancia desde nuestros propios términos, darle voz y comprenderla.

De este modo, el llanto no siempre es un capricho y tampoco se le va a pasar porque sí. Se trata de una de las principales formas que tienen los menores para comunicarse, sobre todo en los primeros años. Por eso, hay que procurar descifrar qué necesitan.

En general, los niños no buscan llamar la atención «porque sí». Con sus actuaciones buscan decirnos algo. Para comprenderlos no solo hace falta acercarse y hablar, sino también pensar en las posibles situaciones que están viviendo; una mudanza, el cambio de colegio, la pérdida de un ser querido, entre otros.

Por otro lado, desde los nuevos enfoques sobre la crianza se busca dejar de hablar de berrinches como un modo despectivo o de connotación negativa, para pensar en términos de un estallido emocional o un sentimiento que necesita ser expresado. Estas son algunas coordenadas que pueden ayudarnos a ayudarlos.

Es importante tener en cuenta que un niño que está haciendo ‘berrinches’, está intentando decirnos algo. En ocasiones, esa es la única forma que encuentra, dado que su cerebro aún está en desarrollo.

Ante una situación así, el infante está desregulado emocionalmente, y los adultos deben acompañarlo para que recupere la calma. En un segundo momento, será necesario trabajar en la enseñanza de habilidades para que pueda expresarse y comunicarse de otro modo.

También hay que entender que no se trata solo de calmarlo, sino de ayudarlo a entender cuál es esa emoción de fondo que desató su malestar. La gestión de las emociones es algo muy necesario, y trabajarlo desde la infancia supone grandes ventajas.

¿Cuándo es necesario intervenir de otro modo?

Es importante aclarar que una crianza respetuosa no significa ausencia de límites, ni darles con todos los gustos. Todo lo contrario. Entender que detrás de una rabieta o del llanto desconsolado hay ‘algo más’ no quiere decir que se deba tolerar la agresión, los golpes, las faltas de respeto o de educación.

En este punto, conviene establecer límites claros, consistentes (que los progenitores no se contradigan), constantes (se aplica siempre frente a la misma situación; no castigar hoy lo que mañana se premia) y con tranquilidad (sin ningún tipo de violencia).

Muchas personas dedicadas al acompañamiento en la crianza sugieren que pensemos del siguiente modo: el llanto (o el berrinche) es solo la punta del iceberg. Es apenas lo que se ve, pero debajo hay más.

Para ayudar a un niño a restablecer la calma o buscar otros modos de pedir lo que desea sin necesidad de tirarse al piso a gritar, hay que pensar que aún carecen de los medios para autorregularse. Como adultos desempeñamos ese rol. Por tanto, conviene poner en práctica los siguientes consejos.

Ante un comportamiento no deseado, debemos responder con el ejemplo, por muy difícil que nos resulte. Si a los gritos respondemos con más gritos, lo que le estamos haciendo es fijar dicha conducta, en lugar de desalentarla.

En niños con cierto manejo del lenguaje tenemos la posibilidad de orientar con preguntas. Esto supone una ventaja, pues es una estrategia útil para ayudarlos a recobrar la calma, a la vez que interpretan lo que sienten.

Es importante validar cómo se sienten por más que como adultos nos parezca algo sin importancia. De manera continua hay que animarlos a que se expresen.

Mandarlos a su habitación y que vuelvan cuando se calmen es contraproducente, ya que envía el mensaje de que son queridos solo cuando se portan bien. Por el contrario, Siegel y Payne recomiendan el ‘agrupamiento’, que es justo todo lo contrario.

Implica acercarse —a veces desde el contacto corporal— para reflexionar sobre lo que pasa. Aquí no solo se hace una pausa, sino que también se sientan las bases para el desarrollo de las funciones ejecutivas, que reducen la impulsividad.

En ocasiones, nos encontramos con situaciones en las que el niño quiere recibir atención de manera inmediata. Hay que entender que para ellos el tiempo se vive de una forma muy diferente a la nuestra, pero también hay que trabajar la tolerancia a la frustración.

Se debe fomentar la educación en la paciencia y que no siempre pueden obtener lo que desean cuando lo desean. En este punto, se trata de pensar alternativas y de negociar, pero sobre todo de ayudarlos a entender. Por ejemplo: «No puedes tener esto, pero sí esto otro». «Ahora no puedo jugar contigo porque estoy trabajando, pero más tarde si podré hacerlo».

No siempre podremos aplicar la misma medida. Hay que sintonizar y empatizar con el momento. Ahora bien, lo que se repite son los principios y los valores que volcamos a nuestras actuaciones, como el amor y el respeto.

Así, mientras en algunos casos será mejor un abrazo, otras veces la mejor respuesta será un ‘no’ y, en circunstancias excepcionales, lo mejor será ceder.

Al abordar cualquier situación en la infancia, hay que cuestionarse desde dónde actuamos y cuáles son nuestros supuestos frente a los comportamientos. En ocasiones creemos que el mal comportamiento es capricho o «ganas de llevarnos la contra», en lugar de interpretar que hay un mensaje de malestar implícito o una dificultad presente.

Por otro lado, hay que tener presente el ciclo vital de ese niño; existen comportamientos esperables para cierta edad, influenciados o determinados por el desarrollo en curso. De este modo, informarse y consultar a especialistas también puede ayudarnos a conocer cuáles son las mejores herramientas para implementar.

En última instancia, para poder brindar respuestas sensibles y empáticas, el tiempo de calidad resulta clave. Solo compartiendo y conociendo al infante seremos capaces de comprender qué necesita para adecuar nuestra respuesta.

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