¿Qué pasará si el calentamiento del planeta supera los 1,5 grados? ¿Qué sucede en los lugares del mundo que ya se inundan y cómo sufrirá la próxima generación las consecuencias? Estas preguntas generan miedo en una parte cada vez más amplia de la población, el miedo al cambio climático. Pero eso no tiene por qué ser algo malo.
«¡Quiero que entres en pánico!» Con esta frase, Greta Thunberg da en el clavo y genera miedo en mucha gente. La líder del movimiento Fridays for Future se dirige principalmente a aquellos que tienen la «gran palanca»: políticos y responsables de corporaciones líderes en el mundo que lanzan cantidades gigantescas de CO2, el principal gas con efecto invernadero, a la atmósfera.
Ella misma siente este miedo todos los días, asegura. La ansiedad climática es hoy en día un sentimiento casi colectivo de la juventud y de todas las personas que ven la crisis climática como una amenaza grave.
La ansiedad climática, en inglés climate anxiety, describe el miedo al cambio climático y sus consecuencias. No existe un diagnóstico psiquiátrico para este miedo. Más bien, el término describe una preocupación por el calentamiento global, que va acompañada de sentimiento de impotencia.
El cambio climático fue invisible durante mucho tiempo, pero el aumento de los fenómenos meteorológicos extremos, por ejemplo, lo ha hecho más notorio. Muchos jóvenes no pueden imaginar un futuro brillante en este momento. Temen por ellos, su familia y sus amigos. Tienen miedo de ver sólo sufrimiento y muerte a su alrededor. Lloran cuando piensan en el futuro.
Se corre el riesgo de que al patologizar la ansiedad climática esta se convierta en el problema que resolver, en lugar del propio cambio climático. Ya no tendremos que enfrentarnos al cambio climático real, sino superar la ansiedad que nos provoca. Más allá de los sentimientos que nos provoque, el cambio climático no va a dejar de ser una realidad problemática.
Por todo ello, quizá a las personas que les preocupa el clima no les conviene existir sobre la existencia de una ansiedad climática o miedo climático. Además, el miedo puede ser paralizante, justamente lo contrario de lo que es necesario para hacer frente al calentamiento global.
Solo las personas que perciben la amenaza pueden preocuparse por las consecuencias del cambio climático por ellas mismas, por las generaciones futuras y por los ecosistemas enteros.
Lo extraño es que estas personas no sean la mayoría. Las evidencias científicas muestran que el cambio climático provocado por el hombre va a cambiar las condiciones de vida en el planeta. Y este problema va acompañado de la pérdida de biodeversidad y extensión de la contaminación. Entonces, la pregunta que surge es: ¿por qué todavía hay tanta gente que no quiere reconocer esta amenaza?
Aunque confiemos en la ciencia y nos preocupen mucho las consecuencias del cambio climático, a veces cuesta tomar decisiones sostenibles. Esto apunta al fenómeno de la disonancia cognitiva: si experimento una contradicción entre mi comportamiento y mi conocimiento o mis actitudes, surge una tensión incómoda. Esta tensión se puede reducir justificando la discrepancia. Reducir la disonancia quitando hierro al cambio climático se convierte en un mecanismo de protección con el fin de no poner en peligro el propio bienestar.
Interesa mantener la ansiedad climática en su justo término como una preocupación. Los miedos y las preocupaciones no son «malos» per se, si sirven para adaptar nuestro comportamiento ante amenazas reales, incluidas las amenazas complejas que no son inmediatamente visibles, como el cambio climático.
Además, las democracias desarrolladas que merecen tal nombre se caracterizan por hacer frente a los retos y conflictos de manera racional, consensuada y ateniéndose a las decisiones de la mayoría, con respeto por las minorías. No es democrático invidualizar los problemas colectivos, achacándolos a supuestos trastornos de adaptación personales, ni, por supuesto, negar el problema del cambio climático.
Es importante mostrar lo que puedes hacer. En una democracia somos cualquier cosa menos impotentes. Las decisiones de los gobiernos tiene una influencia directa en evolución del clima y los gobiernos son elegidos por nosotros.
Pero además de votar con conciencia ambiental (sin dejarse persuadir por la propaganda verde de algunos), nuestro consumo, especialmente nuestra dieta, nuestros hábitos y nuestro comportamiento en relación con el consumo de energía y la movilidad también tienen un impacto muy grande sobre el clima.
Pero cuidado, cuando actuamos de manera sostenible en algún sentido, rápidamente tendemos a caer en las justificaciones compensatorias: «Siempre reciclo mis botellas de PET, así que puedo volar en avión de vez en cuando».
Pero la protección del clima no es una venta de indulgencias, no se puede equilibrar uno de estos comportamientos con el otro, ya que uno tiene un impacto climático extremadamente alto y el otro mucho menor.
Buscar a gente afín a nuestros temores es bueno. Ayuda el comprobar que muchas personas en todo el mundo comparten este miedo y que además están dispuestas a hacer algo.
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