Se terminó la temporada para el Rayadito, quien llegó a la última fecha sin chances reales de volver a Primera, con factores atenuantes que llevaron al equipo a fallar en el objetivo, que este año fue más factible que nunca. San Lorenzo se quedó con las ganas y sus hinchas deberán «fumarse», al menos, un año más en la segunda categoría del fútbol paraguayo. ¿Y ahora qué?
Queda a criterio de cada quien definir si este torneo fue el más fácil o el más difícil de la historia de la División Intermedia. Si bien esta temporada se abrió un cupo y medio más a la Primera, como nunca antes pasó, hay que tener en cuenta que el torneo fue más largo, y los equipos, necesariamente, tuvieron que elevar sus respectivos presupuestos de acuerdo a sus objetivos, ante la cantidad de partidos que había que jugar.
Pero si hay algo cierto es que San Lorenzo no estuvo a la altura de las exigencias de este torneo. Se puso un objetivo que no fue capaz de alcanzar y los dirigentes son responsables de una temporada para el olvido, quedando el equipo eliminado de la Copa Paraguay por un club de la «campaña», y llegando a la última fecha con posibilidades de jugar una promoción, como si fuera capaz de hacerle frente a equipos como Luqueño, Sol o River.
Un fracaso más que se añade a la historia de un club acostumbrado a esto. Acostumbrado a ser un equipo de segunda o tercera línea (en términos de categoría, por supuesto) casi siempre, y este año no fue la excepción. San Lorenzo no pudo sostener lo hecho en la primera rueda, en donde terminó segundo. Después los responsables de «manejar el barco» perdieron el rumbo, destituyendo entrenadores que hacían lo que podían con lo poco que tenían para armar.
José Domingo Salcedo fue echado a los cuatro partidos de no haber ganado, cuando lo dejó al equipo segundo en la tabla tras la mitad del campeonato. Llegó después Arnaldo Alonso, de gran arranque, pero contra equipos sin exigencia; cuando tocó enfrentar a equipos serios, se vio la realidad de lo que era el grupo de jugadores al que le tocó dirigir, y también terminó siendo despedido; para que finalmente llegara Mario Jara, la rueda de auxilio al que todos los clubes acceden. Fue de menos a más, llevando al equipo a aplastar a sus rivales en las dos últimas fechas (contra 2 de Mayo fue raro, y es uno de los partidos que está siendo investigado por supuesto amaño).
Se terminó el calvario de si subíamos o no, aunque siempre fue más probable que no. Pasando de aspirar al título, a conformarnos con un segundo lugar, que poco a poco fue inalcanzable, entonces el tercer lugar estuvo en disputa, hasta terminar «soñando» con jugar una promoción que todos los que entendemos algo de fútbol, sabemos que el equipo de Intermedia no tiene la más mínima chance. Había que ascender directamente, y el Rayadito no fue capaz, y los cupos fueron tomados por equipos que uno no tenía como favoritos. ¿Tacuary? ¿Ameliano? ¿Esto es real? Y sí, ellos fueron capaces, cuando fue la gran oportunidad también para los equipos del interior, de volver casi de forma masiva a la Primera…. pero no.
Y al menos no descendimos. ¿Hay que aplaudir y celebrar esto? ¿Celebrar que no se repitió lo del 2016? Hubiese sido el colmo si pasaba, y por suerte el promedio no será problema el año que viene. Pero indudablemente queda la pesada sensación de que se dejó pasar una de las mejores oportunidades de regresar a Primera de manera inmediata.
A reflexionar ahora sobre lo que se viene y empezar a proyectar lo que será el año que viene, que casi no hay tiempo para lamentos. ¿Sigue Jara? ¿Quién viene si se va? ¿Se mantendrá la base de jugadores? ¿Seguirá Sasa? ¿Hay plata para traer jugadores?
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