La historia de la mafiosa familia Corleone, con Marlon Brando y Al Pacino al frente de un elenco impactante dirigido por Francis Ford Coppola, se estrenó en febrero de 1972. El tiempo transcurrido no le ha quitado intensidad, trascendencia ni brutal belleza.
Cincuenta años. Cinco décadas. ¡Medio siglo! Así es: la película «El Padrino» (The Godfather en inglés) cumple sus Bodas de Oro con el cine y con la realidad, una unión que se mantiene sólida y esplendida. Mientras tanto es posible volver a verla (o iniciarse en ella, plan que ninguna persona joven que guste del cine debería perderse) en pantalla grande en varias salas del país. El film más shakespereano de Francis Ford Coppola quien, como el bardo del teatro The Globe, sabía rodearse de un gran elenco, estrenará una versión 4K Ultra HD desde el 22 de marzo.
Por caso, la saga de la familia Corleone, un clan de la mafia italoamericana neoyorkina, está liderada por Vito Corleone, nada más y nada menos que Marlon Brando en un rol antológico; Michael Corleone es interpretado por un joven Al Pacino; Sonny Corleone por un vitalista James Caan; Kay, una hermosa y WASP (White Anglo Saxon Protestant) es interpretada por Diane Keaton, ajena al mundo de la mafia italiana, pero novia de Michael; Tom Hagen, el consigliere de Don Vito, a cargo de un impasible Robert Duvall; Fredo, el hermano caído en desgracia, fue el papel de la vida de John Cazale y Connie, hija de El Padrino, por Thalia Shire. Entre otros, un verdadero seleccionado de la época.
Esta es una somera sinopsis, aunque no tan somera, del argumento de la película que, si bien puede contener algún spoiler, no destruye el deber de verla: ¿quién osaría a perderse ver a todo ese elenco actuando bajo la dirección de un joven Coppola, de 31 años, que con este film ganó la eternidad cinematográfica? La cosa es así. Los Corleone son una de las familias que se reparten los «negocios» del juego ilegal, la prostitución y cualquier otra cosilla non sancta que ande dando vueltas (y plata) por ahí. Bueno, en honor a Don Vito hay que reconocer que cuando Sony le propone ser emprendedores, como se dice ahora, de la venta de narcóticos, El Padrino se rehúsa. Cierto es que, sobre todo, porque sabe que sus amigos políticos y policías tendrían remilgos con habilitarle la distribución de cocaína y heroína.
Hay que recordar que el film transcurre luego de la Segunda Guerra Mundial y no ahora, cuando políticos y policías hacen la vista gorda a todo. «¿Por qué una de las familias?», se preguntará el lector que no ha incurrido laboralmente en la cosa nostra. Por tradición, lugar de origen, pactos matrimoniales y mandamientos por el estilo, se conforman clanes familiares que se reparten -de acuerdo a distintos parámetros de antigüedad, carga hereditaria y otros- los negocios de un área determinada. El área es Nueva York, que los Corleone comparten con otras cuatro familias.
Michael, el hijo menor, vuelve condecorado del frente aliado en la guerra contra el Eje. No tiene interés en ser parte de la Mafia, quiere un futuro distinto para sí. Su hermana Connie se casa y él asiste a la boda en traje de gala militar, acompañado por Kay, a quien corteja y es una buena chica del American Way of Life. Le va contando, con anécdotas, algunas cositas sobre su padre, como para que se entere por sí misma pero sin usar la palabra «mafia»: «Mandó a golpear a los seis juntos» e historias por el estilo. Mientras tanto, anima la fiesta Johnny Fontaine, un crooner protegido de los Corleone, que le pide a Don Vito que interceda ante una empresa de Hollywood para que le den un papel que impulse su carrera. El Padrino accede.
Hay que señalar que, según la tradición siciliana, el Don debe acceder a que se le realicen pedidos, que su sabiduría determinará factibles o no. Volvamos al pedido del cantante. Tom Hagen es enviado a Hollywood a parlamentar con un productor (que cría caballos de carrera) que les debe algunos favores para que acceda al pedido de Fontaine. El buen hombre se niega. Bueno, la escena del caballo, entonces. La famosa escena en la que el productor reacio duerme en su cama, claro, en su mansión. Se lo nota incómodo bajo las sábanas. Parecen estar húmedas. Despierta. Hay sangre. Destapa las sábanas. Y la ve. El grito debió despertar a medio Beverly Hills.
A la apatía criminal de Michael se contrapone la encantadora tendencia al delito de Sonny, por cuyas venas no corre sangre, sino un juvenil destino de mafioso. Su desbordante vitalidad lo postula como heredero natural a la jefatura de la familia, una vez que -dios no quiera- pase a mejor vida.
Ese momento, o su prolegómeno, llegará pronto, ya que los Tattaglia, la familia que les ofreció participar del negocio de la droga, están enojados por la negativa. Atentan contra Don Vito llenándolo de plomo, se salva, es internado en un hospital en estado grave. Sonny toma el mando. Ordena matar a miembros de la otra familia que, ni lerda ni perezosa, ordena a la dirección del hospital que retire a los guardias de Don Vito con el plan de terminar el golpe. Michael lo impide al darse cuenta de la situación, logra ubicar en un lugar seguro a su padre y alertar a los suyos, que llegan pertrechados para su defensa. Michael comienza su anagnorisis, el recurso literario descripto por los griegos que sucede cuando el héroe atraviesa un acontecimiento que le revela su verdadero destino.
Michael se suma a la guerra. Protagoniza un elegante y hitchockeano doble homicidio, y es enviado a Sicilia hasta que las aguas se calmen. Allí obtiene el contacto con el terruño, con la identidad de su familia, con el respeto ganado siglos ha por los Corleone. Pero incluso en la campiña italiana, el rastro de la muerte por asesinato persigue a Michael, quien no muere, pero sí alguien a quien había conocido en ese pueblo y con quien había establecido una estrecha relación.
En Nueva York, Don Vito se recupera, la guerra continua, Sony muere acribillado a la Bonnie & Clyde. Michael regresa. Ante la situación de debilidad de su padre, acepta dirigir la familia.
El in crescendo de violencia empieza en una reunión con todos los jefes de las familias y no para. No deja de crecer. Es un aluvión de sangre.
¿Y Shakespeare?, preguntará el lector. Es probable que quién haya leido «Hamlet» recuerde las primeras escenas, en las que el joven Hamlet, más dado a la filosofía que al arte de gobernar Dinamarca, deambula por el palacio donde las cosas han cambiado desde la muerte de su padre, el rey. Su madre, la reina, se casó ni bien fallecido el antiguo monarca con su hermano, tío de de Hamlet y nuevo rey. Al melancólico Hamlet se le presenta el fantasma paternal y le pide: «Véngame», ya que denuncia que Claudio, su hermano, nuevo rey y esposo de su viuda, lo mandó matar.
Ante la revelación, surge en Hamlet el vigor de la venganza, que urde mientras se hace pasar por loco. ¿Termina todo en un baño de sangre? Por supuesto. ¿Y eso es todo? No. La lucha por el poder se realiza de modo sangriento en Macbeth, quien dice: «Blood will have blood» (La sangre tendrá sangre), que Lady Macbeth, que comparte el ascenso pronosticado a su esposo por tres brujas en el camino, somatiza al ver sus propias manos llenas de sangre, sangre que el agua no lava, que la culpa incrementa.
Los productores de «El Padrino», en Paramount, estaban preocupados porque temían que el producto final no fuera ágil y desanimara al público, por lo tanto le ofrecieron a Francis Ford Coppola el asesoramiento de un director en escenas de violencia. Pero Coppola era fan de Kurosawa y «Los doce samurais», además de conocer todo el cine nortemericano. Así, las escenas de violencia y muerte cortan el aliento. En la guerra final, uno de los hombres de los Corleone se reúne con un capomafia. Ingresa la habitación. Al saludarlo le quita el armazón de sus anteojos y lo clava en su garganta. La sangre salpica al espectador. La censura calificó que, por esa escena, el film sólo podría ser visto por mayores de 17 años. Los productores le pidieron a Coppola que redujera tanta afluencia sanguínea en la escena. Como se aprecia, el estudio retrocedió en chancletas, como se suele decir.
La verdadera Mafia fue un poquito más allá: la Liga Ítalo-Americana de Derechos Civiles, promovida por los jefes del crimen organizado en la vida real, inició una campaña para impedir el rodaje de la película. ¡Frank Sinatra que se vio reflejado en el cantante amigo de mafiosos, le pidió a sus amigos que impidieran el rodaje de la película con amenazas y extorsiones! Pero después el productor de la película Al Ruddy consiguió una copia de la Paramount y organizó una función privada para capos de la mafia y la cosa se calmó.
Es el film sobre una familia, y sobre la familia del director. Talia Shire, que hace de Connie, es la hermana de Francis. La madre del director, Italia, aparece en la escena del restaurant. Sofia Coppola, hija de tres semanas de Francis Ford, es el bebe de Michael y Key en su bautismo; el padre de Coppola, Carmine Coppola, hace de director de orquesta, su verdadero oficio. No será una familia de la mafia, pero tan mal no les fue.
Todo esto para decir que a sus cincuenta años «El Padrino» está vivito y coleando y que todo el mundo debe verla o volverla a ver. Pero un consejo, antes de ir al cine, buscarla en alguna plataforma o llamar al amigo que tiene un proyector en su casa y una copia del film: «Leave the gun, take the cannoli» («Deja las armas, llevá el cannoli», frase que pronuncia el personaje afín a los Corleone, Clemenza, luego de un tiroteo contra unos mafiosos enemigos). Es que son muy ricos los cannoli, pruébenlos.
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