El mundo del automóvil vive una época que bien podría representarse con aquel ejercicio de la escuela primaria para definir una intersección de conjuntos. Dos esferas representando la movilidad en sus dos estados: el del pasado y el del futuro, y una zona común en la que ambos se mezclan, que es el tiempo presente.
En esa intersección están los gobiernos, los fabricantes, los usuarios y el medioambiente. Y el período de transición hasta pasar de una tecnología única como la que hubo desde la invención del automóvil hacia las varias opciones que existan en el futuro dentro de la movilidad descarbonizada será largo. No solamente porque hay que seguir desarrollando cada una de esas opciones, sino porque hay que darles tiempo a los consumidores a tomar la decisión de cambiar primero y a elegir después.
En este momento, la electricidad es claramente la opción más al alcance de la mano, y por esa razón todas las OEM (Original Equipment Manufacturer) tienen sus proyectos de electrificación en marcha, algunos volcándose fuertemente a los vehículos 100% eléctricos (EV) y otros eligiendo ir por el camino de los híbridos en sus viarias presentaciones (HEV, PHEV, MHEV).
Para que los consumidores tomen la decisión de cambiar su auto «petrolero» por uno electrificado, se tiene que dar primero una condición clara e inexorable: tener mayor poder adquisitivo. Los autos con tecnología eléctrica parcial o total son más caros que uno convencional similar. Entre un 20% y un 40% si es un híbrido o un eléctrico puro, y ese diferencial de precio se debe asumir como la primera condición.
Pero una vez decidida la compra de un auto eléctrico, hay que hacer tres evaluaciones posteriores. La primera es la cotidiana, el costo de moverse diariamente con esa tecnología. Ahí, aunque geográfica y estacionalmente haya variaciones, moverse con electricidad es considerablemente más económico.
Pero después están dos temas donde hay una diferencia notable entre sí, el costo de mantenimiento es el primero de ellos. En un auto eléctrico no hay que hacer cambios de aceite y filtros de aceite y combustible, no hay que colocar líquido refrigerante, no hay bujías, ni caño de escape, motor de arranque, radiador de agua, correas de distribución o mangueras. La transmisión es directa, no hay caja de velocidades, por lo tanto tampoco hay varillaje ni embrague.
De acuerdo a lo publicado por la Federal Office of Energy Efficiency and Renewable Energy de Estados Unidos, la proporción del costo de un auto eléctrico es de 3,7 centavos de dólar cada un kilómetro, contra 6,2 centavos de un auto con motor a gasolina. Es decir casi la mitad. Así, para quienes recorran cerca de 25.000 kilómetros por año, el ahorro podría estar en el orden de los 625 dólares en ese mismo lapso de tiempo.
El auto eléctrico, sin embargo, debe hacer inspecciones periódicas, pero nada que no se pueda realizar fácilmente y que un auto convencional también debe hacer, como revisar estado de los neumáticos, suspensiones, dirección y frenos, escobillas de limpiaparabrisas, recambio del filtro de aire del habitáculo o llenado del recipiente de lavaparabrisas. Incluso, según el modo de conducir que tenga su propietario, los frenos pueden tener mayor durabilidad porque el auto eléctrico puede usar el freno motor en muchas oportunidades para reducir la velocidad.
Pero el cambio de situación llega cuando en un auto eléctrico hay problemas inherentes a su tecnología esencial, donde entonces no se habla de mantenimiento sino de reparaciones o reemplazos. Es ahí donde se entra al segundo gran ítem del que hay que hablar para evaluar correctamente la conveniencia de este tipo de movilidad en comparación con las otras: el costo de reparación o recambio de la tecnología de uno y otro.
Ya se sabe que la batería de iones de litio es uno de los componentes más costosos de los autos eléctricos. Su correcto uso y tratamiento de carga y descarga asegura que funcione correctamente por varios años, pero aun así, cuando llegue el momento de cambiarla, ese costo será definitivamente muy alto. Una batería puede costar el 25% del precio del automóvil. En promedio, se cree que luego de entre 5 y 8 años, el rendimiento es menor y entonces su autonomía puede bajar hasta el 75% respecto a cuando era nueva. Hay dos opciones, cambiarla y gastar entre 5.000 y 20.000 dólares según el auto y la batería de que se trate, o aceptar que las distancias serán menores. Si se toma este camino, el auto tendrá un muy bajo precio de reventa, porque quién lo compre, en poco tiempo tendrá que cambiar la batería indefectiblemente.
El otro dato que no se puede dejar de lado es que el motor eléctrico solo tiene una pieza con movimiento, el rotor. Esto hace que difícilmente tenga problemas o averías, pero cuando ello ocurra, el motor eléctrico no se puede reparar. Se debe cambiar completamente, y su costo, según el modelo y especificación, puede ir desde los 3.000 a los 10.000 dólares.
Finalmente, un dato adicional que quizás pocos conocen. En la dinámica de un taller de chapa y pintura que debe reparar la carrocería hay un cambio más. En un auto eléctrico es necesario retirar el paquete de baterías para pintar con pintura en aerosol, lo que lleva un trabajo y una demora en desarmar y volver a armar, que aumenta el costo total de la reparación.
Como se puede ver, sobre cuatro variables, dos favorecen al auto eléctrico y dos al auto convencional. Comprar y reparar un vehículo a baterías es considerablemente más costoso, pero una vez que se pudo adquirir, y si no hay grandes roturas o accidentes, mantenerlo y usarlo es mucho más conveniente. Cada uno debe hacer sus cuentas.
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